El placer de experimentar
sabores, texturas, colores, aromas en la comida...es algo con lo que se nace o
se puede aprender. Aunque en mi caso fue más por amor propio; mi único hermano de
chiquito comía todo lo que se le ponía delante y yo era más mañera. Que el pop
parecía muelas picadas, la tangerina era más rica sin el hollejo, el helado me
daba electricidad en las paletas y así podría seguir la lista.
Hasta que un día decidí que ya
era momento de empezar a comer como una nena grande. Cuando empezaba con los
"no me gusta" mis padres con paciencia me acompañaban en el proceso de
cambio. Antes, durante y después de San Valentín, apliquemos este consejo que
mis padres usaron conmigo en esa etapa: "Un amigo
no juzga y no critica, nos acepta, escucha y acompaña. No nos controla,
manipula o condiciona, simplemente nos levanta si tropezamos." (Sixto
Porras)
Cuando leemos la Biblia, nuestro
alimento espiritual, podemos encontrarnos con porciones que no nos apetecen
tanto como lo hacen las promesas, las palabras de consuelo, o las expresiones
de alabanza. Al probar exhortaciones,
mandamientos, correcciones, o prohibiciones de cosas que nos atraen...aparece
el niño mañero que tenemos adentro y se nos va el apetito. Es tiempo de actuar
con madurez, es tiempo de decidir dejar de ser un niño en Cristo y probar comida
fuerte.
De paso te propongo un omelette frutado,
acaramelado, con texturas y sabores variados, a mí me encantó.
Ananá
Mango
Manzana Grand Smith
Jugo de naranja
Azúcar para caramelizar la fruta
Huevo
Jamón
Queso que se funda
Perejil bien picado
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